Es una película hermosa. Y para corazones fuertes. En 2002, Takeshi Kitano reunió una combinación de tres historias de amor, dos de ellas inspiradas en las historias del teatro de muñecas Bunraku y una en la pura observación de su entorno.

Kitano es uno de los grandes nombres del cine japonés. Director, guionista, actor y montador, este artista múltiple también trae una gama diversa de géneros en sus producciones, pero, hasta hoy, nunca he visto nada igual a Dolls. La película entrelaza tres historias de amor que parecen ser contadas por una pareja de muñecos Bunraku, del teatro japonés. Ellos abren y cierran escenas. Durante ellas, una de las historias es la de una pareja que camina por las estaciones del año atados por un largo cordón rojo. Las tres son hermosas y un tanto tristes, por su tono trágico en algún punto de la narrativa. Todas son, sin embargo, inolvidables.
Vi la película cuando se estrenó, hace 16 años, y hasta el día de hoy no ha abandonado mi mente. No lo recuerdo del todo, pero al ver Japón bajo esta fotografía, las estaciones del año cruzando esta pareja caminando y silenciosa se quedaron conmigo como una expresión poética y hermosa de la cultura. Asimismo, el tratamiento dado a las otras dos historias, también de una delicadeza poco vista en las novelas tan comentadas que solemos ver en las producciones occidentales. Aquí, el discurso es solo por unos momentos.
Lo que cuenta es la combinación de aprecio artístico y sentimiento. La película está para ser vista con una empresa que entienda esto o que se vea a sí misma, quizás sea incluso mejor. La fotografía, el vestuario que mezcla la cultura tradicional y moderna y esta idea de buscar siempre algo, pero siempre en la cárcel también provocan reflexión.
Nos identificamos particularmente con esta pareja que camina libremente por el mundo, pero que está unida por un vínculo firme que no se desata. Creo que en algún momento de nuestras vidas, podemos sentirnos atrapados como esta pareja, en una soga o un gran nudo. No es visible, pero sabemos cuándo ocurre y no vemos una solución a corto plazo en el horizonte, cómo desatarlo. Para eso es necesario tener paciencia, como propone la película, para encontrar este tiempo para nosotros, para que reflexionemos con paciencia y perseverancia, lo que estamos viviendo. Encuentra una nueva perspectiva, mírala desde un nuevo ángulo.

Este proceso de autoconciencia y meditación es otro sello distintivo de la tradición y el comportamiento japoneses.
No es gratuita su representación en buena parte de la cinematografía del país. Estos estudios sobre nosotros mismos son fundamentales para nuestro propio desarrollo en cualquier situación. Yuri Martins sabe bien lo que es eso. Campeón de poker y habitualmente sometido a situaciones de elevado estrés, Yuri estableció un proceso de autoconocimiento y entrenamiento mental que garantiza resultados. Se prepara, estudia, reconoce las señales en sí que necesita desarrollar y entonces se prueba.
No puedo decir si es un seguidor de alguna filosofía o meditación oriental, pero ciertamente hay alguna influencia allí. Como las parejas de la obra de Kitano y el máximo cliché de la vida, hay que dar tiempo, hay que perseverar para progresar y entender lo que nos pasa, encontrar nuevas formas de mirar, se requiere dar oportunidad a lo nuevo..
Quizás esto es lo que les falta a los trágicos personajes de esta película, que en una conversación no terminarían tan rápido. Hay muchos estratos y perspectivas que abordar, además de que también puede establecerse como un entretenimiento puramente estético para quienes no quieren ir más lejos. Simplemente siéntese frente a la pantalla y entréguese a las imágenes compuestas como pinturas que solo un artista múltiple, con un gran elenco y equipo, podría construir.